Son las siete de la mañana en Nanjing de un lunes del mes de noviembre. El cielo está cubierto por una neblina blanco-grisácea que se confunde con una acumulación de partículas contaminantes que tapa nubes y edificios. Quiero pensar que es humedad. El bullicio de la ciudad ha empezado hace unas horas. La gente está en movimiento, los policías dirigen el tráfico y riñen a los peatones que no hacen caso.
Las bicicletas y las motocicletas eléctricas circulan por el carril correspondiente sin respetar a peatones. De hecho, nadie respeta los peatones, ellos son los que tienen que vigilar más. Incluso puede ser peligroso disfrutar de un paseo tranquilamente por las calles de la ciudad. Los ojos deben estar bien atentos para que no te atropelle un vehículo de dos ruedas, un coche o un autobús.
También hay que vigilar dónde pisas, las calles chinas no son de lo más limpias y la infraestructura y mobiliario urbano puede ser un estorbo que provoque un esguince, contusión o una caída por culpa de la piel de un plátano (y no tanto por un excremento animal; en China no es una costumbre pasear a los perros…).
Pero es la mejor hora del día, porque es la hora del desayuno y ellos, como yo, adoran comer. Y adoran comer caliente, sobre todo a primeras horas de la mañana, es un gran regalo para el estómago llenarlo de sopa, de fideos, de jiao zi (empanadas de pasta rellenas de carne o verdura y hervidas con caldo), de bao zi (bolas de pan rellenas de carne o verduras, al vapor de las ollas de bambú), toda una experiencia para empezar bien el día. Se come en la calle, en los puestos de comida, en todas partes. Intento ir a diferentes tenderetes cada día para probar platos diferentes.
Es común el sabor salado y picante, incluso el sabor agrio que pueden dar ciertas salsas o verduras. El dulce es un sabor poco habitual, por eso no se abusa de los pasteles y bollería, incluso fruta que tanto nos gusta en occidente. Aunque los ciudadanos chinos no acostumbran a comer dulces, cada vez se ven más bakeries o panaderías al estilo occidental, con pasteles gigantes de nata, chocolate, cremas de frutas y mucho, mucho azúcar. Sólo los ciudadanos con un nivel económico medio-alto utilizan estos servicios, para desayunar o merendar, porque el resto no se puede permitir pagar un croassant que vale seis o diez veces más que un bao zi.
Hay que decir que en estos puestos es dónde únicamente puedes saborear un café. Y no me atrevo a decir bueno, aunque en el entorno y las circunstancias puede llegar a ser sabrosísimo. Como el barrio donde vivía estaba lejos de la zona universitaria y turística, la afluencia e influencia de lao wai o extranjeros era escasa, estos establecimientos no están habituados a hablar inglés (como en muchas, muchísimas otras partes del país), la elaboración de un café solo es un proceso tan sencillo y simple que no entienden como nos gusta sin la adición de azúcar, crema de leche, leche, caramelo o no sé cuantas cosas llegan a introducir. «Quiero un café solo» debía ir acompañado por un «sin agua, sin azúcar, sin leche».
Y así, después de quince minutos de paciencia y expresiones verbales y no verbales nos entendíamos e incluso casi brindábamos por conseguir lo tanto deseado entre risas y gestos de «como os puede gustar esto tan amargo». Cada vez lo entiendo menos. A ellos, que no les gusta el dulce ni la bollería empiezan a disfrutar del azúcar, café, productos lácteos, bollería y fast food. Y nosotros valoramos su te, comer caliente y salado en el desayuno, dejamos los productos lácteosy practicamos Tai Ji.
Me dirijo al hospital, con el estómago lleno para pasar cuatro horas intensas sentada en un taburete escuchando, traduciendo (mentalmente, del inglés al español), apuntando prescripciones de hierbas en pin yin, pensando, observando y tomando el pulso de las pacientes. Digo las porque estoy en el departamento de ginecología.
La doctora Haoning aún no ha llegado (pasan cinco minutos de las ocho) y en la sala de espera hay unas veinte mujeres esperando. Todas llevan en sus manos una libreta con la foto del hospital en la portada y su nombre escrito. Es su historial, en dónde los doctores escriben los síntomas de la paciente, el diagnóstico y su tratamiento. Las mujeres han pagado en la entrada del hospital y pueden pasar toda la mañana esperando el momento en que la doctora las visite ya que no cogen hora sino que les toca según van llegando.
Aprovechando el momento voy al baño. Es interesante conocer los baños chinos para ir preparados. La preparación consiste en llevar toallitas, papel o cleenex, jabón de manos y subirse la parte baja de los pantalones para no salpicarse de fluidos corporales propios y/o de otros. Hay que saber, que en el día de hoy, en la mayoría de baños chinos, no hay retretes sino que son letrinas, algunas individuales y otras compartidas por otras usuarias.
En el despacho la doctora me da la bienvenida mientras se pone la bata blanca y las estudiantes le preparan un té. Las pacientes han entrado y han ido dejando su historial personal en la mesa, uno encima de otro a medida que van entrando. Se sientan en un sofá que hay en la sala o se mantienen de pie esperando su turno, mientras observan y escuchan (incluso miran las pruebas diagnósticas) la paciente que está visitando la doctora. Permanecen en silencio. La doctora, que tiene la paciente a su lado, en una esquina de la mesa repleta de papeles e historiales, le pregunta qué le pasa y cómo se encuentra mientras le toma el pulso.
Después le pide que saque la lengua y después de observarla con atención (la doctora, yo, la intérprete y todas las otras mujeres que quieren y alcanzan a verla), apunta en el historial toda la información. Su pluma estilográfica para de escribir unos segundos, la doctora reflexiona, y emprende la escritura para apuntar una lista de dos o tres caracteres chinos cada uno con un número debajo.
Parecen unas líneas poéticas pero es la prescripción de materias medicinales con sus correspondientes gramos que la paciente debe tomar durante unos días. Una lista de unas diez o quince materias que las estudiantes transcriben en un papel casi transparente y después la paciente recoge en la farmacia del hospital. La doctora termina alertando a la mujer de que es importante que haga ejercicio cada día y coma mucha remolacha.
Mientras la intérprete me va leyendo la prescripción y yo lo apunto en mi libreta, la doctora ya está hablando con otra paciente. Estoy escribiendo y también tengo que estar atenta a que la paciente saque la lengua para que así yo pueda observarla. La intérprete me golpea la pierna con la suya para alertarme del momento. Perfecto, la he visto y termino de apuntar la prescripción para empezar la misma dinámica con la paciente nueva.
Y así durante cuatro horas seguidas. Una paciente detrás de otra. Nuevas enfermedades, nuevos síntomas, nuevos pulsos, lenguas y sobretodo, nuevas preguntas. ¿Por qué le añade materias tonificantes del Yin si no hay signos ni síntomas de Insuficiencia de Yin? ¿Me habré perdido algo? ¿Por qué le recomienda que tome leche cada noche antes de acostarse y le dice que no coma pollo? ¿Por qué añade materias medicinales que tratan infecciones? ¿Padecía alguna? ¿Otra vez me habrá perdido algo? No hay tiempo de preguntar. Me apunto las preguntas en la hoja de atrás de la libreta y a medida que pasan las horas se van respondiendo, por si solas, como si la inspiración volara por la sala y solo necesitara dónde caer. De vez en cuando, Haoning me preguntaba si tenía dudas…. ¡Sí! ¡Es mi momento!
Hay una paciente chillando acurrucada en el sofá. La doctora se levanta preguntando qué le pasa. Tiene tanto dolor en el abdomen que no puede ni hablar. Manda a alguien a llamar al doctor del departamento de acupuntura y en pocos minutos aparece un señor de unos sesenta años, risueño con el pelo blanco, aguantando unas agujas largas envueltas en algodón.
La mujer con dolor levanta la cabeza mostrando su cara de color blanco sombreada de un tono verde que hace sufrir. Se dirigen a la habitación del lado. Los pierdo de vista y Haoning me pide que vaya a ver «el espectáculo» mientras afirma que la acupuntura funciona muy bien para aliviar el dolor que puede aparecer durante la menstruación. Me levanto sin pensarlo y me sigue algunas de las pacientes.
El doctor Tao le pone una aguja en medio de la columna vertebral y la manipula fuertemente hasta quitarla. Parece que la mujer se puede enderezar mejor y al darse la vuelta le introduce dos agujas en las piernas. La deja unos minutos y pasado un rato la mujer, que ya tiene otra cara, se levanta y abandona la habitación.
Vuelvo al despacho para seguir con la práctica y hacia las doce del mediodía la doctora coge el último historial y termina con su jornada. Me pregunta si en occidente los terapeutas que practicamos la Medicina Tradicional China (MTC) usamos la acupuntura y la farmacopea china y le digo que sí, que en la práctica solemos combinar las dos para tratar a los pacientes. Me hace un gesto de afirmación con la cabeza confirmando que somos muy afortunados y que así, de ésta manera, la MTC funciona mejor.
Intercambiamos un Zaijian (hasta la vista, queriendo expresar un adiós) y abandono el despacho. Me esperan otras horas de práctica, a ver si tengo suerte en el departamento de acupuntura. Y después, unas horas en el hotel repasando los apuntes y las dudas. Pero primero… ¡a comer!. Me lleno ligeramente el estómago de arroz con un plato de mapo doufu (trozos de tofu con cacahuetes bastante picante), uno de mis platos preferidos y lo acompaño con una taza de té. Normalmente, en todos los restaurantes, te sirven el plato con una taza de agua hervida o té.
Vuelvo al hospital pero ésta vez es para probar suerte en el departamento de acupuntura. Ahora que conozco al doctor Tao y parece un hombre muy simpático, puede que tenga suerte y me permita acompañarlo durante la tarde para ver cómo trabaja.
Soy afortunada, o le caigo bien. Lo sigo de paciente en paciente y puesto que no tengo intérprete y él no habla inglés y yo apenas chino, nos expresamos con los gestos y la mirada. Me sirve ver cómo trabaja, cómo manipula las agujas, qué puntos suele utilizar más, que tipo de pacientes son los más comunes, qué combinaciones usa. Hay un estudiante que lo ayuda a colocar ventosas y a encender conos de moxa.
Me sorprende una técnica muy común en éste hospital que consiste en colocar un trozo de puro de moxa en un extremo de unas gafas sin cristal para calentar la cara de un paciente que sufría de parálisis facial. Una técnica poco sofisticada pero muy efectiva. También lo veo triturando jengibre fresco para hacer una pasta, cubrir toda la columna vertebral de un paciente con espondilitis anquilosante y encenderle varios conos de moxa por encima. La sala está llena de humo, los extractores van a toda velocidad y la ventana se mantiene abierta, pero todos oleremos a artemisa quemada cuando salgamos del hospital.
El doctor va de paciente en paciente, hay siete tumbados en las camillas y uno está de pie moviendo las caderas en círculo con una aguja debajo la nariz. Ha llegado con un dolor intenso en las lumbares y se irá mejor. De hecho, ¡está riendo todo el rato! ¿Le haré gracia? Después me acuerdo que los chinos se quejan poco y ríen bastante. Incluso al introducirles las agujas, piden al doctor que siga con la manipulación porque si duele, mejor (piensan). Es la sensación que denominamos como De Qi, una sensación de calambre, distensión, quemazón, vacío (dependiendo del punto y de la persona) y que corresponde a la llegada del Qi en el punto.
Han pasado tres horas y los pacientes van abandonando la sala. Me despido del doctor Tao, le agradezco su hospitalidad y me regala un «vuelve cuando quieras» a su manera.
Me voy contenta, ha sido un día repleto de nuevas experiencias y muchos pacientes. Ahora toca estudiar, practicar lo aprendido y «transportarlo» a occidente, adaptándolo a nuestra manera de hacer para que pueda llegar y ayudar a mucha gente.
Tenemos suerte. Tenemos herramientas muy buenas para incrementar la salud, prevenir enfermedades y tratar a personas enfermas. La medicina de aquí y la de allí, solas o combinadas multiplican nuestras expectativas y la de los pacientes, ofreciéndoles a ellos escoger para así mostrarse activos y participar de su salud.
Son las 5 de la tarde. Paso por la bakery que me encuentro camino del hotel. Qué casualidad… es la hora del té. O del café.
Ingrid Muñoz
Enfermera diplomada. Técnico Superior en MTC
Profesora de la Escuela Superior de MTC