Los yogures líquidos y la leche fermentada cada vez son más demandados por la población española y presentan una calidad “aceptable”, según la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), aunque en muchos casos no tienen una cantidad suficiente de bacterias como para lograr un claro efecto beneficioso.
Esta conclusión es resultado de un estudio que aparece publicado en número de mayo de la revista Compra Maestra de la OCU, para el que se han analizado veinte de estos productos, yogures líquidos y leche fermentada naturales y azucaradas.
El dato más relevante del análisis es el que muestra que sólo siete de los veinte productos estudiados “tienen las bacterias prometidas en una cantidad suficiente como para poder ejercer alguno de los efectos beneficiosos para el organismo que en muchos casos anuncian.
En cuanto al valor nutricional de estos lácteos, el análisis indica que en todos los casos son correctos.
Según explica la OCU, “se ha de llamar yogur”, de acuerdo con la actual legislación, “a los lácteos que llevan dos tipos de bacterias fermentadoras, streptococcus termophilus y lactobacillus bulgaricus, que deben estar vivas y presentes en unas cantidades no inferiores a diez millones de colonias por gramo o mililitro de producto”.
La Ley dice también que deben llamarse “leches fermentadas” y no yogures a los lácteos que llevan entre sus fermentos otras bacterias aparte de las típicas del yogur.
Si son del género bifidobacterias, se habla de “leches fermentadas bio” y si, además llevan lactobacillus, ya sea casei o acidophilus, se utiliza la denominación de “leche fermentadas probióticas”.
El calificativo de probióticos, agrega la OCU, “en realidad se utiliza para designar a las bacterias vivas que, ingeridas en cierta cantidad, ejercen un efecto beneficioso para el organismo”.
Según esa definición, todas las bacterias presentes en yogures y leche fermentada, incluidas las bio, son probióticas, pero comercialmente se reserva este último término a las que contienen los lactobacilos mencionados.
Dependiendo de la cantidad de bacterias fermentadoras vivas que posean ambos productos y de su capacidad de supervivencia en el tracto digestivo, los efectos beneficiosos serán más o menos notables.
Según explica la OCU, las bifidobacterias son más resistentes a la acidez del estómago y a los jugos gástricos que los lactobacilos casei o acidophilus, aunque estos últimos aguantan más que las bacterias típicas del yogur convencional.
Uno de los motivos esgrimidos por la organización de defensa de los derechos de los consumidores para justificar la escasa presencia de bacterias capaces de generar un efecto beneficioso, es que éstas pueden ir muriendo “según pasa el tiempo, si se conservan en malas condiciones”.
Por ello, considera que es labor de los fabricantes “prever esas mermas y lo lógico es que, o bien fueran generosos añadiendo fermentos, o bien acortasen la fecha de caducidad para garantizar una aportación mínima de bacterias”.
Un estudio similar, publicado en último número de la revista Consumer, hace referencia a los yogures desnatados edulcorados con trozos de fruta presentes en el mercado español, de los que dice son “saludables y están bien elaborados”.
No obstante, el análisis muestra que la “escasa” presencia de fruta “aumenta ligeramente el valor energético del yogur, pero no influye en el aporte de vitaminas, minerales y fibra”.
Los responsables del informe de la revista “Consumer” señalan que esto “no significa que los fabricantes añadan menos fruta de la que anuncian”, sino que en los tratamientos mecánicos de mezcla con la masa del yogur, “se trocea aún más y puede quedar, en parte, en forma de filamentos, de modo más acusado en frutas blandas como la fresa”.
En cualquier caso, todos los productos incluidos en el estudio de “Consumer” sobrepasaron el mínimo legal, -70%-, de contenido en yogur.