Algo ha estallado ante nuestros ojos. Una explosión global a la que no es necesario bautizar como «Gran Guerra», está provocando que salten por los aires valores, personajes, creencias, estructuras sistémicas que se rebelan caducas, iconos contemporáneos, maneras de vivir, o de sobrevivir. Se hacen más patentes las desigualdades en cada país, continente o el planeta entero. Como una orquesta que desafina, la Tierra nos muestra cada vez más cómo hemos generado en ella un sistema no coherente, es decir, un sistema cuyos elementos están en disonancia unos con otros, constantemente buscando el equilibrio y expresándose en su propio lenguaje, a veces terrible. A estas alturas afirmar que vivimos tiempos difíciles es una obviedad, pero recurro a esta expresión para referirme, no ya únicamente al plano de la economía, los temas sociales, la política, la corrupción, sino al hecho de que algo llamado genéricamente crisis ha venido para, por el momento, quedarse entre nosotros, y la incertidumbre se abre paso para recordarnos que, aunque en esta parte privilegiada del planeta y durante un corto periodo de tiempo caímos en la ilusión de que no existía, no nos queda más remedio que aprender a vivir con ella, aceptando sus lecciones. Lo que ufanamente se define como salir de la crisis no es más que la chapuza de tapar el agujero sin reparar la avería, obviando que no es más que la manifestación de que algo no va bien. Lo sabemos muy bien en el enfoque transpersonal de la psicoterapia y en general el enfoque holístico: los síntomas, ya se den en el plano emocional, físico, no son más que una expresión de lo que sucede, pero no es todo y únicamente lo que sucede.
Nuestro pasado es una carga que nos tiene sometidos entre la lucha y la contradicción. Existe un impulso por elevar nuestra frecuencia que trae consigo una activación progresiva de las sensibilidades, un anhelo por cumplir con aspiraciones elevadas que se pueden ver ya expresadas en lo que Jeremy Rifkin, llama «sociedad empática», y que convive con ese otro aspecto que es como la sombra colectiva: lo más injusto y bárbaro comparte espacio con la más grande generosidad, solidaridad y compasión que se pueda imaginar, y en la que podemos admirar a personas que siguen dando su propia vida por un bien mayor. Una carga atávica que nos hace defendernos inventándonos enemigos, o defendiendo territorios a golpe de machete, o fabricando fronteras donde ya parecían no caber, o violar niños, niñas y mujeres como trofeo. Explotamos a los demás en beneficio propio, mentimos, robamos incluso a los que apenas tienen, agujereamos el mar sin considerar otra cosa que un supuesto beneficio económico. ¿Para qué seguir?
Todo ese panorama que parece objetivable, lo que ocurre ahí afuera, nos afecta en algo más que la hipoteca o el IPC. Sostenemos permanentemente un intercambio entre el adentro y el afuera, arriba y abajo. Y cada vez más, a medida que la conciencia se expande, el intercambio se dirige a una comprensión cada vez mayor de nuestra naturaleza inseparable del resto de la creación, de todo cuanto nos rodea. El nuestro es un cuerpo en evolución, multidimensional, con campos que abarcan de lo más denso a lo más sutil, y estamos hechos no solo de polvo de estrellas, sino también de cada molécula, átomo, partícula de los elementos, que han ido auto-trascendiéndose a sí mismos, modificando su estructura, dando saltos, y ofreciendo posibilidades variadas al colapsar diferentes elementos para formar los sistemas: vegetales, minerales, animales, mares, nubes, tú, yo y nosotros.
Y éste es un momento especial porque ésta, es tal vez una sociedad más reflexiva y atenta, es decir, sabe observarse mejor a sí misma, se exige mayor humanidad, desarrollando una percepción mayor que mira hacia una más alta frecuencia, en la que se rebela el humanitarismo, la empatía y la creatividad. Llevamos ya mucho entrenamiento y nuestro atisbo de conciencia se abre, abarcando un mayor número de individualidades, elementos dentro del mismo sistema.
Esto último se encarna en cada uno de nosotros en forma de impulso por conocer una verdad que nos explique, por sentirnos cerca de Dios, de lo divino en nuestro interior, por sentirnos en paz con nosotros mismos, inocentes, libres, por ayudar a los demás, por cuidar el planeta, por permitirnos dirigir la mirada hacia un mayor espectro de la Conciencia. Todo ello nos hace también más permeables a las influencias de los acontecimientos, la información, los mensajes que se suceden rápidos ante nosotros. Y también mas capaces de percibir lo otro, el otro, el equipaje de cada cual. Nuestro trabajo de autoconocimiento y conexión con nosotros mismos –y por supuesto nuestro enfoque–, a la hora de cualquier planteamiento terapéutico holístico, refleja todo lo anterior y ya no vale tener en cuenta únicamente mi propia «realidad «interior» si ignoro en mi práctica que el mundo, el colectivo humano, me contiene y a la vez yo formo parte, y respiro, siento, percibo a través de esa red que nos conecta.
Cada vez estaremos más cerca de sentir que somos esencialmente parte de todo. Y como parte, como holón en términos wilberianos, sistemas dentro de sistemas dentro de sistemas, Holones dentro de Holones, partes dentro de una totalidad, contenemos y trascendemos, abrazamos y vamos más allá en este viaje sinfín de la evolución. Nuestra mirada comprensiva se dirige alrededor, tanto como arriba y abajo. Y también hacia nosotros mismos para darnos cuenta de las trazas de barbarie que cargamos como parte de este proceso colectivo.
Ése es el indicador de que efectivamente, las hemos trascendido aunque permanezcan en parte de nuestro sistema común. Cuando en los últimos años vemos cómo se suceden acontecimientos sangrientos aparentemente inexplicables casi a las puertas de nuestra casa, cuando se nos sacuden hasta los cimientos con el miedo incrustado de nuestros ancestros que emerge con fuerza para desorientarnos, desmotivarnos, hacernos sentir culpables por pretender procurarnos una paz interior que es fácil juzgar como egoísta, cuando no sabemos dónde colocarnos en medio del caos, de la inmediatez de las noticias a cual más dramática que parecen arrastrarnos al ruido permanente, cuando tanta gente se queda sin techo, tienen hambre, matan a cientos de personas en un tren o en un rascacielos, surge la tentación del cangrejo, más o menos veladamente, la expresión de la culpa colectiva de estar cada vez más cerca de «Nosotros Mismos» y no merecerlo, de detenernos en nuestro proceso y casi avergonzarnos de él. De marchar hacia atrás porque tal vez nos estamos aventurando a caminar demasiado lejos.
O también, expresando lo mismo de otra manera, podríamos caer en la gran trampa que nos haría replegarnos vencidos: llegar a convencernos de que en realidad no hemos avanzado nada como seres humanos. Si somos capaces de darnos cuenta de lo logrado en términos de conciencia veremos que sí, hay una parte de nosotros que no dispone ni siquiera de condiciones adecuadas para la supervivencia, zonas donde falta el agua, la comida, donde nos matamos con saña.
Esos aspectos que en nosotros, en lo más íntimo, descubrimos aún latentes, como nuestra capacidad para destruir y destruirnos, los mecanismos de autosabotaje, muchas veces condicionados por los patrones familiares y la obediencia a ellos, por los mecanismos adaptativos en lo social, la culpa, el miedo, por nuestro nacimiento, fiel reflejo de todo ello y que nunca me cansaré de citar como gran asignatura pendiente. Todo está en nosotros sí, pero conviviendo con un cada vez mayor grado de conciencia porque lo que antes era sujeto lo convierto en objeto y paso a ser testigo, a darme cuenta, a poder observar.
Dónde colocar una aspiración evolutiva individual, compartirla, vivirla en colectividad de forma natural, reconociendo todos nuestros componentes sin sentirnos culpables o fuera de lugar. Reconociendo también nuestro auténtico vínculo con ese enorme grupo humano del que formamos parte y que tanto y tan silenciosamente está actuando en pro de la humanidad. Más allá del trauma colectivo que nos mantiene semienterrados entre cascotes de un pasado de lucha y conflicto y que deberíamos convertir en cenizas, seamos capaces de mirarnos desde esa perspectiva: «Aceptación» de dónde estamos, «Reconciliación y Reparación» con lo que hemos manifestado y seguimos haciendo, con nuestros antepasados, con nuestros condicionamientos y estrategias de supervivencia y adaptación, «Responsabilidad» en lugar de culpabilidad, como pasos hacia una «Creatividad» en línea con la «Sabiduría» que nace de todo ello y que hace posible dar el paso para poder ver lo anterior en la perspectiva adecuada, abrazándolo y trascendiéndolo.
Si abrazamos nuestra experiencia individual, por dolorosa o complicada que sea, podremos abrazar la experiencia colectiva sin rechazo, beligerancia o lucha. Con paciencia y ecuanimidad daremos los pasos necesarios para cruzar esta oscuridad y aún estando en medio de ella, sentir que hay luz también aquí. Los Maestros de Sabiduría, los grandes seres que encarnan lo más elevado nos han recordado siempre y siguen haciéndolo, que cualquier movimiento auténticamente transformador empieza en el interior, en el Centro de todo ser humano que es como un fractal que todo lo abraza, simbólicamente representado por el Corazón, «Hrdaya» en sánscrito, que significa el Centro del Universo.
Que nuestro paso atrás sea únicamente para coger impulso y crear. Que la Paz sea.
Gema Vidal Santos
Psicoterapeuta transpersonal. Armonización Psicoenergética Integral. Extractado del libro “La tentación del Cangrejo” de próxima aparición
www.centroitaka.es